"Un maestro afecta a la eternidad, nunca sabe donde termina su influencia". (H.Adams)
Hoy
he visto, de casualidad, un dibujo de un tal Paul Ribera, que plasma
cómo serían las Supernenas de haber caído en las drogas. Y me hace
pensar cuán frágil es la realidad presente que vivimos. En cómo
una aparentemente insignificante decisión lleva a otra, y a otra, y
a otra más, y así se va formando la cadeneta de nuestra vida,
influenciada siempre por el entorno y las circunstancias. Puede que
llegue un momento en que el embrollo sea tal, que uno ya no pueda
distinguir dónde estuvo el error, y por tanto, se pierda la noción
de cómo retornar. Y uno se abandone al “deambuleo”, al simple
existir, que deja de ser un acto voluntario para volverse un
instinto. Si se llega a esta situación, la sociedad ha de estar
preparada. El individuo que flota confundido e ingrávido ha de
ser rescatado. Sin embargo el rescate puede llegar mucho antes, y es
ahí dónde el papel del maestro cobra sentido, donde la sociedad
tiene que agradecer a ese educador su esfuerzo, su papel de Gandhi,
su lucha diaria contra la indiferencia. Yo cada vez admiro más al
maestro que se hace respetar, que sabe controlar su influencia. Lo
admiro de veras. Y me gustaría llegar a pensar que yo, igual algún
día, podría convertirme en uno y ayudar a un niño a no ahogarse
antes incluso de ver el agua. De momento, siento que no he conseguido ese
respeto, que ni siquiera soy escuchada. Que por mi carácter no
hablo con jóvenes sino con paredes, y que mi
mensaje no llega porque las palabras se pierden entre el ruido de
fondo. Y lo digo hoy con una gran desilusión y casi con
lágrimas en los ojos. ¿Quien podrá?¿Otro "yo", acaso?
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